Autoritario, permisivo, negligente… Cómo determina el estilo parental la vida adulta de los hijos

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Lo que ocurre en la infancia y cómo aprendemos y se nos enseña a gestionarlo durante esos años deja una huella imborrable en la vida adulta. Por ello, dicen los expertos, el papel de los padres es fundamental para aprender a gestionar y modular las emociones, sobre todo las negativas derivadas de situaciones complicadas; y prevenir posibles problemas de salud mental en el futuro.

¿Qué tipo de padres podemos llegar a ser? Los especialistas señalan que hay dos elementos fundamentales que determinan el estilo parental: por un lado, el afecto, “entendido como las muestras de cariño y la comunicación entre padres e hijos”, y la firmeza, el control o la puesta de límites y normas por parte de los progenitores. El nivel en el que se dan estos dos componentes determina el tipo de estilo parental, que puede ser de cuatro tipos: autoritario, permisivo, negligente o democrático.

Hablar de la muerte resulta complicado, más aún, si esa conversación la tenemos con niños o adolescentes.

¿Qué define a cada uno de estos estilos parentales? El estilo autoritario presenta un alto nivel de firmeza y baja amabilidad. “Los padres que ejercen esta educación no tienen comunicación con sus hijos, no permiten que estos negocien con ellos y se sienten cómodos utilizando el castigo”, explican los expertos de Ginso, Asociación para la Gestión de la Integración Social. “Ante esta parentalidad, los hijos aprenden que el poder da derechos y que es el adulto el que toma las decisiones, imponiendo su voluntad y debiendo obedecer para que se les quiera u obtendrán un castigo” añaden.

Ante esto y como estrategia de afrontamiento, los niños que reciben un estilo autoritario manipulan para poder conseguir lo que quieren. “En su adultez, estos jóvenes pueden desarrollar problemas a nivel emocional como baja autoestima, baja percepción de sí mismos, dependencia o irritabilidad”.

Por el contrario, los padres que ejercen un estilo permisivo muestran un alto nivel de amabilidad pero baja firmeza. Para los expertos, el principal problema es que “este tipo de crianza se caracteriza por la sobreprotección: los padres sobreprotegen a sus hijos para evitar que sufran los problemas de la vida y lo pasen mal, impidiendo que se frustren y no tengan consciencia de sus actos”.

Protege la vista de los más pequeños.

A causa de ello, los niños que han recibido una educación permisiva creen que merecen un servicio o trato especial por parte de los demás y aprenden que el amor significa que les cuiden a ellos de una forma unidireccional. “Al crecer, estos jóvenes se mostrarán alegres, espontáneos y seguros aparentemente, pero presentarán dificultades para enfrentarse a las dificultades y podrán llegar a ser impulsivos, dependientes e incluso agresivos, evidenciando problemas de relación personal e inmadurez”, concretan.

“En terapia nos encontramos con padres que deambulan entre la permisividad total y el control absoluto, bien porque no saben cómo ejercer el estilo parental adecuado o porque han abandonado su compromiso con la educación de sus hijos”, explica Marian Sánchez, psicóloga sanitaria en el Centro Terapéutico Residencial Recurra Ginso y experta en Terapia Familiar Sistémica. 

Para mejorar esta situación, la especialista recomienda crear espacios de comunicación con los hijos para que se dé el diálogo y marcar normas y límites que den seguridad a los hijos y que fomenten la participación de los menores en algunas decisiones y la resolución individual de conflictos.

Por su parte, el estilo negligente se produce cuando hay carencia tanto en la firmeza como en la amabilidad. “Los padres no ponen límites ni normas, ni tienen muestras de afecto con sus hijos. Los niños con este estilo parental aprenden que ellos no importan y que la única alternativa que tienen es rendirse o buscar pertenecer de cualquier manera. Los menores piensan que tienen que ser de determinada forma para conseguir afecto y se sienten culpables de que sus padres no les atiendan. Además, muestran desarraigo e infelicidad y pasan desapercibidos”.

Según los psicólogos, durante la adolescencia, estos jóvenes buscarán pertenecer a un grupo en el que cubrir sus carencias, y es en este punto cuando pueden aparecer conductas de riesgo o frialdad emocional e incapacidad para vincularse adecuadamente.

Una niña pintando.

Como expone Carlos Benedicto, doctor en Psicología y director del Área de Proyectos, Estudios e Innovación y coordinador técnico de Centros en Ginso: “La mayoría de menores infractores presentan un estilo parental negativo que ha ocasionado una desregularización emocional grave. En los Centros de Medidas Judiciales trabajamos con estos menores para revertir sus dificultades emocionales con intervenciones multifocales, trabajando tanto a nivel individual como grupal y familiar”.

Por último, estaría el estilo democrático o la parentalidad positiva, que presenta un equilibrio entre la amabilidad y la firmeza, muestra un alto nivel de comunicación, afecto e importancia a los logros y lecciones aprendidas. Según los especialistas, los niños que reciben esta educación aprenden que la libertad va acompañada de responsabilidad y respeto, conocen su lugar en la familia y saben resolver conflictos, siendo responsables de sus actos y consecuentes con ellos. 

“Los padres tienen que intentar trabajar el estilo democrático para que sus hijos tengan una buena base en la que desarrollar las estrategias de afrontamiento. No obstante, si el estilo ejercido por los padres durante la infancia ha sido negativo, este puede tratarse durante la adultez, a través de terapias enfocadas en el problema y las emociones”, añade Marian Sánchez.

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